El Evangelio de hoy concluye el discurso sobre el Pan de Vida y Jesús nos dirige una pregunta comprometedora que nos obliga a una elección: ¿También ustedes se quieren ir?
Jesús ha hablado de la necesidad de comer su carne para tener vida eterna y estas palabras tan insólitas y tajantes, escandalizan no solo a sus enemigos, sino que resultan demasiado duras para muchos de sus discípulos (Jn 6,60), que optan por abandonar al Maestro. Ante el efecto que su discurso ha producido, Jesús no rebaja, no atenúa sus exigencias. Él reafirma el sentido real, no figurado, de sus palabras: realmente hay que comer “mi carne”.
Lucha entre la luz y las tinieblas
Jesús no teme perder a muchos de sus discípulos, y con esta pregunta nos cuestiona hoy a nosotros a realizar una elección: ¿Queremos seguir a Cristo o elegimos alejarnos de Él? Con esa pregunta Cristo nos pone en la disyuntiva de elegir: “O conmigo o contra mí” (Mt 12,30). Para optar por Cristo se requiere la fe. Por eso Él hablaba de la necesidad de creer en Él: “El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo algunos de vosotros no creen”. La fe es una opción libre, una decisión de seguir a Cristo y de entregarse a Él, una opción con la que comprometemos nuestra vida, asumiendo las consecuencias de nuestra decisión.
Vivimos tiempos difíciles en todos los sentidos: a nivel familiar, social, económico… asistimos a una invasión del mal en todas las facetas de la vida humana como nunca se había visto antes. Los cristianos no podemos permanecer pasivos. Asistimos a una lucha entre Cristo y Satán, entre la luz y las tinieblas, entre los seguidores de Cristo y los seguidores del Príncipe de este mundo.
Jesús nos plantea por quién optamos. No es posible la neutralidad en esta batalla. Todos, lo queramos o no, estaremos en un ejército o en otro, y los que pretendan eludir la lucha y permanecer como espectadores, para no comprometerse, para no poner en juego sus intereses personales, formarán parte de las filas de Satán. No oponerse al mal, dejar que siga invadiendo la familia, la educación, todos los ámbitos de la sociedad es hacerse cómplice del mal. Por ello, no es posible la neutralidad.
¿También ustedes se quieren ir?
Sabemos que la enseñanza de Cristo es rechazada en las leyes, en las instituciones, y por desgracia, muchos de sus discípulos renuncian a vivir y defender su fe en estos tiempos difíciles. El Señor no hizo nada por retener a los que decidieron abandonarlo, no cedió ante su debilidad, ni ante su escándalo, sino, que vuelto a los Doce, les preguntó: “¿También ustedes se quieren ir?” (Jn 6, 67).
Nunca nos será lícito rebajar la doctrina cristiana o el cumplimiento de los diez mandamientos por temor a que la gente deje de asistir a la Iglesia, a que se vaya a las sectas, a que seamos pocos y hay que atraer. Jesús no obró así, no rebajó su Evangelio.
Nosotros creemos
Ante esta disyuntiva que hoy nos plantea el Señor, que podamos decir con San Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos, y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 68-69). La fe nos abre a la verdad de Dios, a la luz de Dios y nos da certeza: “Sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
No podemos permanecer indiferentes. Es necesario optar. Y, después, mantener esa decisión, renovando la opción por Cristo día a día: en la oración, ante las dificultades, frente a las tentaciones… Con la fe en la Eucaristía tendremos la fuerza de permanecer fieles al Señor hasta el final.
Miremos al modelo, a María Reina, la Madre de la Fe, que se mantuvo al pie de la Cruz…, de pie, como para demostrar la firmeza de su Fe… Cuando todos vacilan…, dudan…, huyen…, Ella como una roca firme…, serena…, de pie…, creyendo entonces más que nunca en la divinidad de su Hijo. Y siempre meditando todos los acontecimientos en su Corazón.
Así debe ser nuestra Fe: que medite…, que sepa bien lo que cree…, que conozca la palabra de Dios y la admita con firmeza… y la practique con decisión.