Hoy el Evangelio nos muestra la fuerza de la fe que arranca milagros. Jesús sale de Jericó, y un ciego llamado Bartimeo, que mendiga a la vera del camino, oye un alboroto desusado de pasos y voces.
El ciego pregunta cuál es el motivo y, al responderle que Jesús de Nazaret pasa por allí, empieza a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí». Aquel desventurado había oído hablar de enfermos a quienes el Maestro había devuelto la vista, y confiaba que su compasión omnipotente no le negaría a él lo que a otros había concedido. Era la oportunidad de su vida. Con su voz chillona importuna a los que pasan, y muchos lo increpan para que se calle.
Ten compasión de mí
Pero él grita más y más fuerte. Nada ni nadie le harán callar. «Hijo de David, ten compasión de mí». Es imposible que quien invoca la misericordia divina no sea escuchado. Por ello, toca la fibra más sensible del corazón de Cristo: Señor, ten misericordia de mí. Bartimeo reconoce en Jesús al Mesías que ha venido a salvar. Su fe no le deja callar y le da la fuerza para vencer cualquier obstáculo, con tal de obtener lo que tanto anhela. Sigue insistiendo, seguro de encontrar en Jesús la curación deseada. Jesús no defrauda su fe. Ante aquellos gritos persistentes, el Señor se detiene.
La multitud se calma al ver cómo el Maestro se interesa vivamente por la suerte de aquel infeliz. «Ánimo —le dicen—, levántate, que te llama». De inmediato Bartimeo arroja a un lado el manto, y se va saltando a donde está Jesús, que le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?», y él responde: «Maestro, que recobre la vista». Escena sublime en su sencillez: la omnipotencia se encuentra con la indigencia; la misericordia, con la miseria; el médico, con el enfermo. Jesús, compadecido, le responde: «Anda, tu fe te ha salvado». Y lleno de gratitud, Bartimeo se decide a seguir al Maestro.
Las enseñanzas
Esta escena nos deja tres lecciones:
1ª) Creer y esperar. Bartimeo fue curado a causa de su fe. Sin fe paralizamos la omnipotencia de Dios. Pues como dice San Juan de la Cruz: Tanto se alcanza de Dios cuanto de Él espera. Jesús le concedió a Bartimeo lo que él esperaba, su curación, y más aún. No solo le concedió la gracia de la curación, sino que le regaló la gracia de la conversión.
2ª lección: Sentirse necesitado de la fuerza de Dios. Bartimeo era muy consciente de que él nada podría hacer para recuperar la vista. Solo el que se sabe pobre y necesitado, el que se reconoce impotente, acude a Dios. Quien es débil y todo lo espera de Dios, es fuerte, con la fuerza de Dios.
3ª lección: Ser coherentes. Si hemos recibido en nuestra vida la acción de Dios, no podemos menos que vivir para Él y seguirle, como Bartimeo. La gratitud y la coherencia de nuestra vida con el Evangelio es una exigencia de un corazón agradecido que reconoce los dones de Dios en su vida.
Como otro Bartimeo
Gritemos hoy al Señor como Bartimeo: «¡Señor, que vea! ¡Señor, ten misericordia de mí!». También nosotros necesitamos que Jesús nos saque de nuestra ceguera, que nos abra los ojos para reconocer el pecado en nuestra vida que nos aleja de Dios, que nos haga sensibles a las necesidades de nuestros hermanos, que salgamos de nuestro egoísmo, que no nos dejemos arrastrar por las voces de la mayoría que quieren apartarnos del Evangelio para llevar una vida más cómoda. Junto con la curación de la vista, necesitamos que también Jesús convierta nuestro corazón.
Pidamos hoy a María Inmaculada, la de los ojos puros y oídos atentos, que supo reconocer su pequeñez y la grandeza de Altísimo, nos ayude a reconocer nuestra indigencia y nos abra los ojos para descubrir el paso de Dios en nuestras vidas.