En medio de la noche, al amanecer, Jesús se acercó a la barca donde se encontraban sus discípulos, azotada por las olas y en peligro de naufragar. El Evangelio señala que los discípulos sintieron miedo al ver a Jesús andando sobre las aguas revueltas, creyendo que era un fantasma y comenzaron a gritar. Pero al instante, el Maestro les exhortó a tener confianza con estas palabras: “Soy Yo, no temáis”. Palabras consoladoras que también nosotros hemos oído muchas veces de formas diferentes en la intimidad del corazón, ante sucesos que nos han podido desconcertar y en situaciones difíciles e incluso desesperadas.
En la debilidad, en la fatiga, en las situaciones más apuradas, Jesús se presenta y nos dice: «Soy Yo, no temáis». Jesús nunca falló a sus amigos. Y si nosotros no tenemos otro fin en la vida que buscar su amistad y servirle, ¿cómo nos va a abandonar cuando el viento de las tentaciones, del cansancio, de las dificultades en la familia, en el trabajo o en el apostolado nos sea contrario? Él no pasa de largo.
Fija nuestra mirada en Cristo
Pedro dejó de mirar a Jesús y se fijó en las dificultades que le rodeaban, y al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó. Pedro empezó a hundirse, no por el estado del mar, sin por la falta de confianza en Quien lo puede todo.
A veces, el cristiano deja de mirar a Jesús y se fija en otras cosas que le ponen en peligro de perder pie en su vida de fe y de hundirse, si no reacciona con prontitud. Para salir a flote Pedro sólo tuvo que asir la fuerte mano del Señor, su Amigo y su Dios. Aunque poco, algo tuvo que poner el discípulo de su parte. Ese pequeño esfuerzo que el Señor pide a sus discípulos de todos los tiempos para sacarlos a flote de una mala situación puede ser muy diverso: intensificar la oración; ser más sinceros y dóciles a los consejos de personas espirituales; quitar una mala ocasión que induce a pecar; obedecer los mandamientos de Dios con prontitud y docilidad de corazón; pedir perdón o perdonar…
Las dificultades, en las que experimentamos la propia debilidad, las mismas flaquezas, servirán para encontrar a Jesús, que nos tiende su mano y se adentra en nuestro corazón, dándonos Su paz en medio de cualquier tribulación.
Hombres de poca fe
Pero debemos profundizar también en la reclamación que hace Jesús a sus amigos. La expresión “poca de fe” que leemos en San Mateo -traducida del griego- no significa un mínimo grado de fe, en contraposición a una gran cantidad; sino, una deficiencia ocasional en la fe en un marco de actitud habitual de fe. Esta deficiencia ocasional es producida por una situación de emergencia difícil, como la zozobra en la barca, de hundimiento ante el encrespamiento del mar. En esta situación de excepción, se da en los apóstoles una como quiebra, ruptura en su fe de discípulos. Así, con esta expresión no les dice Jesús a los apóstoles que tienen “poca fe” -en el sentido que nosotros lo entendemos-, sino que ha habido una “falla” en su fe: una falta ocasional de fe. Una fe básica no asimilada; por lo tanto, no llega a impregnar de absoluta, total confianza y entrega todas las reacciones psicológicas, aun las espontáneas, sobre todo ante el peligro, la angustia, la enfermedad, el porvenir o la dificultad insuperable de un acto de servir a Dios.
Es lo que suele pasar aún a buenos cristianos, que tratan de ser fieles a Dios, tienen habitualmente confianza y acuden a Él, pero llega la prueba y flaquean. Normalmente esa «falla» en la fe se debe a un descuido en la oración, en ese tratar con frecuencia «con quien sabemos nos ama», en palabras de Santa Teresa de Jesús.
Invoca a María
María Santísima, el 13 de mayo de 1917, se apareció a tres niños resplandeciente, irradiando “una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente”. Sus primeras palabras fueron; “No tengan miedo. No os voy a hacer daño”. La presencia de María en nuestras vidas es real. Ella no deja de amarnos junto al Corazón de Dios. Ella permanece siempre próxima a todo lo nuestro. Y puede infundirnos una fe inquebrantable para arrostrar los problemas, las dificultades, los sobresaltos e incertidumbres, compañeros de camino en el mundo que nos toca vivir hoy.
Invoquémosla con frecuencia y con confianza, como enseña San Bernardo de Claraval: “En medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, ¡no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.”