El Evangelio de hoy nos muestra el poder de la fe. Apenas desembarcó Jesús en un poblado, un hombre, llamado Jairo, se acercó a Él con una apremiante súplica: «Señor, mi hija se está muriendo». Jesús no sabía resistirse a semejantes peticiones. Acompañado de sus apóstoles y rodeado de una gran multitud, se dirigió a casa de Jairo. Pero, apretado por todas partes, avanzaba con dificultad.
Una mujer enferma más de doce años, sin que los médicos pudieran curarla, se aproximó a Él con una confianza ilimitada. Había oído hablar de la bondad y el poder del Maestro. Agotadas sus fuerzas y su dinero, con su alma desolada, aunque llena de confianza, pensó que con solo tocarle quedaría sana. Su fe no le engañó. Al instante quedó curada.
Pero Jesús no quería que este milagro pasase inadvertido; antes deseaba que sirviese para fortalecer la fe de todos los presentes, por ello preguntó quién le había tocado. Los discípulos le dijeron que todos a su alrededor lo tocaban. Jesús siguió insistiendo, ¿quién me ha tocado? La hemorroísa lo confesó. Ha sido ella. Jesús entonces hizo un magnífico elogio: «Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana».
Un grito de humildad y confianza
No hubo petición, no hubo súplica externa; pero lo que conmovió al Señor fue la plegaria de aquel corazón humilde, confiado y lleno de fe. Eso es lo que Jesús espera hoy de nosotros. Que lo toquemos con fe.
Muchos rodeaban a Jesús, muchos lo tocaban y le apretaban, pero en ninguno de ellos se produjo el milagro. Solo esa mujer, que en lo profundo de su corazón tenía esa confianza sin duda en el poder de Jesús, pudo robarle ese milagro.
Como curó a la hemorroísa, Jesús quiere curar nuestras almas, quiere ayudarnos, pero espera de nosotros una fe como la de esa mujer. Nosotros nos acercamos a Él con dudas y vacilaciones, nos contentamos con unas oraciones a flor de labios, con el corazón frío; Jesús, en cambio, mira al corazón y desea la plegaria del corazón: un grito de humildad y confianza, grito que va derecho a herir su Corazón divino.
Todo es posible para el que cree
Jesús lo ha dicho: «Todo es posible para el que cree» (Mc. 9, 22). Con esto nos revela su vulnerabilidad: parece, que frente a un acto de fe vivo, ciego e incondicional, Dios no sabe resistir y se considera obligado a escuchar nuestras súplicas. El Evangelio nos lo dice a cada página; antes de obrar un milagro, Jesús exigía siempre un acto de fe: «¿Creéis que puedo hacer esto?» (Mt. 9, 28); y, cuando la fe era sincera, el prodigio se operaba al punto.
Jesús no dice nunca: mi omnipotencia os ha salvado, os ha curado, sino vuestra fe, como para darnos a entender que la fe es la condición indispensable requerida por Él para empeñar en provecho nuestro su omnipotencia. Él, siempre omnipotente, no quiere hacer uso de su omnipotencia sino en favor de quien cree firmemente en Él. «Si tuviereis fe como un granito de mostaza, diréis a este monte: Trasládate de aquí allá, y se trasladará, y nada os será imposible» (Mt. 17, 19).
Y si todas las palabras del Evangelio son verdaderas, también éstas son verdaderas, y verdaderas al pie de la letra. Pero si no se efectúan en favor nuestro es sólo porque nuestra fe es muy débil. ¡Con cuántas dificultades nos topamos en la vida que nos resultan verdaderas montañas que transportar! Dificultades en la vida diaria: falta de medios, de salud…, trabajos y obras que exceden nuestra capacidad y nuestras fuerzas, la conversión de nuestros seres queridos… Y nos detenemos descorazonados al pie de estas montañas: ¡Es imposible!, ¡no puedo! Bastaría un poco de fe. «Nada es imposible al que cree».
Al instante se puso a andar
Apenas la mujer quedó sana, le informan a Jairo que su hija había muerto. «¿Para qué cansar más al Maestro?». Prueba durísima para Jairo. Cuando el milagro que acaba de presenciar había aumentado su ya profunda fe, he aquí que esta noticia desvanece todas sus esperanzas. Jairo estaría desolado. Si Jesús no se hubiera entretenido por el camino habría llegado a tiempo, pero ahora ya es tarde… No. ¡Dios nunca llega tarde!
Nosotros tenemos unas soluciones, unos planes, unos caminos, y Dios permite con esos retrasos que todo eso se venga abajo. Cuando todo eso falla, cuando todo, humanamente ha terminado, no es la hora en que todo está perdido, es la hora en que Dios actúa. Jesús, para actuar, solo espera de Jairo, como lo esperó de la hemorroísa, una fe inquebrantable. Para infundirle esperanza, le dice: «No temas; cree, y será sana tu hija». Jesús entra a la habitación donde yacía la niña, la tomó de la mano y le dijo: «Muchacha, levántate», y al instante la joven se puso a andar.
¡Cuántas veces nuestras esperanzas parecen muertas, cuántas veces pensamos que ya no hay remedio para tantas situaciones que nos abruman…! Pero la fe es más fuerte que la muerte, que el fracaso, que la desilusión. Y por eso Jesús nos dice lo mismo que a Jairo: No temas, basta que tengas fe. Acerquémonos a Jesús con humildad y confianza como la hemorroísa y pidámosle a la Santísima Virgen, que nunca dudó en su corazón del poder de Dios, ni aun cuando tenía muerto a su Hijo entre sus brazos, y veremos lo que son milagros.