El 28 de junio don Bosco les dijo a los alumnos en su discursito antes de que se fueran a dormir:
-Tengo que contarles un sueño muy interesante. Pero ya son las nueve y tendría que resumirlo demasiado para no trasnocharlos.
Se oyeron gritos generales en el alumnado:- ¡Cuéntelo! ¡Cuéntelo!
El añadió:
-Como es un sueño algo complicado, y se lo quiero contar despacio y con todos sus detalles, lo vamos a dejar para una próxima vez que venga a hablarles porque ya esta noche hemos hablado de otros temas. Lo que si les advierto es que un sueño que les producirá un poco de miedo, pues a mí también me asustó bastante. Pero dejémoslo para la próxima vez.
Los centenares de jóvenes y todo el personal de profesores y de religiosos esperaban con emoción la narración del sueño y la noche del 30 de junio, fiesta del Corpus comenzó el santo a hablar de esta manera:
-No les quería contar este sueño por no atemorizarlos. Pero después pensé: si les hace bien, contémoslo.
Yo venía pidiéndole a Nuestro Señor desde hace bastante tiempo que me hiciera conocer en qué estado se hallaban las almas de mis discípulos, y qué remedios debo emplear para alejar de cada uno sus vicios y malas costumbres.
También le he pedido mucho a la Santísima Virgen que ninguno de mis discípulos le conceda hospedaje al demonio en su corazón y espero que Ella me consiga esa gracia.
Soñé que estaba con mis queridos jóvenes en el patio del Oratorio, al atardecer cuando ya las sombras comienzan a oscurecer el cielo. Me rodeaba un grupo inmenso de muchachos, como lo acostumbran hacer en señal de cariño. Unos saludaban, otros preguntaban algo y yo le decía una palabra a uno y otra a otro.
De pronto se oyó un griterío en el extremo del patio un ruido grandísimo y todos los jóvenes empezaron a correr muy asustados. Muchos gritaban y se quejaban. Yo quería saber de qué se trataba, pero algunos se acercaron y me dijeron:
-Cuidado no vaya para allá porque ha llegado un monstruo que lo puede devorar. Huya con nosotros.
El primer león
Dirigí la vista hacia el sitio donde se sentían los rugidos y vi un monstruo que a primera vista parecía un terrible león, inmensamente grande. Su cabeza era enorme y su boca abierta parecía hecha para devorar. De ella salían dos grandes ya agudísimos colmillos que parecían cortantes espadas.
El animal se acercaba amenazante ante nosotros, lento, seguro, como quien sabe que va a conseguir presa para devorar. Nosotros estábamos aterrorizados y los jóvenes se reunieron alrededor mío, y con los ojos fijos en mí me preguntaban:
-¿Don Bosco qué debemos hacer?
Yo les dije:
–Volvámonos hacia la imagen de la Santísima Virgen, arrodillémonos y recémosle a Ella con más devoción que otras veces para que nos libre de este peligro. Si se trata de un animal feroz, la Virgen lo vencerá, y si es un demonio, la Madre de Dios lo hará huir. No tengan miedo: la Madre Celestial se preocupa por nuestra salvación.
La fiera continuaba acercándose en actitud de preparar el salto para arrojarse contra nosotros.
Nos arrodillamos y comenzamos a rezar. Pasaron unos minutos de verdadero terror. La fiera había llegado ya tan cerca que de un salto podría caer sobre nosotros. Cuando de pronto, sin saber cómo, nos vimos trasladados todos a un gran salón, en medio del cual estaba la Santísima Virgen. Nuestra Señora resplandecía con luces maravillosamente hermosa y estaba rodeada de muchos ángeles y santos. Ella nos habló amablemente diciéndonos:
-No tengan miedo. Esto es solamente una prueba a la cual los quiere someter mi Divino Hijo.
Junto a la Virgen, resplandecientes de gloria, vi a varios salesianos que han muerto, y a mi hermano José y a un religioso de La Salle, hermano cristiano. Allí estaban además muchos amigos nuestros que han muerto y vi también a varios que aún están vivos.
Y una voz gritó: –Levantemos el corazón.
Y explicó: -Hay que reavivar nuestra fe. Hay que elevar nuestro corazón hacia Dios. Hagamos actos de amor a Nuestro Señor y de arrepentimiento, y hagamos esfuerzos de voluntad para rezar con mayor fervor. Confiemos más en Dios.
Luego se oyó otra voz que decía: – Levantémonos y subamos.
Y sin saber cómo, nos sentimos elevados por los aires hasta muy alto. Casi hasta la altura del techo del gran salón. Todos estábamos en el aire y yo me sentía maravillado de que no cayéramos.
Aumenta el número de atacantes
Y he aquí que el monstruo que habíamos visto en el patio, penetró en el salón acompañado de innumerable cantidad de fieras de diversas clases, dispuestas todas a atacarnos. Nos miraban, levantaban el hocico, y sus ojos parecían llenos de sangre. Yo, allá arriba, agarrado de una alta ventana pensaba:
-Si me llego a caer de aquí, las fieras harán conmigo una gran carnicería.
Y en ese momento oímos que la Virgen Santísima empezó a cantar aquella frase de San Pablo: “Que cada uno se arme con el escudo de la fe, para que pueda resistir los ataques del enemigo” (Ef 6,16). Era un canto tan armonioso, tan bello, tan lleno de melodías, que a nosotros nos parecía estar en el cielo. Y se oía como si cien hermosas voces cantaran al mismo tiempo.
Los escudos
Y enseguida partieron de junto a la Virgen muchos jovencitos como llegados del cielo, que traían unos escudos y colocaban uno frente a cada uno de nuestros alumnos. Los escudos eran grandes, hermosos, resplandecientes. En ellos se reflejaba una luz celestial. Cada escudo era de acero en el centro y estaba rodeado de un círculo de diamantes irrompibles, y el borde era de oro muy fino. El escudo representaba la fe. Cuando todos tuvimos cada uno nuestro escudo, se oyó una voz potente que decía:
¡A la lucha!
Y en ese momento todos bajamos y caímos suavemente hacia el suelo, y cada uno empezó a luchar con las fieras que tenía en frente, defendido por su escudo. Aquellos monstruos empezaron a atacarnos con todas sus armas destructoras, pero les poníamos en frente nuestros escudos y se les partían los dientes y se les caían las uñas y tenían que alejarse. Llegaban luego otras manadas de feroces fieras pero les sucedía lo mismo que a las anteriores. La lucha fue larga y feroz, pero al fin oímos la hermosa voz de la Santísima Virgen que nos repetía la frase del apóstol San Juan: “Esto es lo que consigue victoria sobre el mundo: nuestra fe” (1 Jn. 5,4).
Al oír tales palabras, aquella multitud de fieras espantadas se dio a precipitada fuga. Y nosotros quedamos libres.
Entonces me puse a fijarme en los que llevaban el escudo de la fe. Eran miles y miles. Allí había muchos amigos que ya han muerto y muchos que aún están vivos. Y otros que vendrán en tiempos futuros.
Los ojos de los jóvenes no lograban apartarse de la Santísima Virgen. Ella entonó un canto de acción de gracias a Dios tan hermoso, que yo creo que sólo en el paraíso se podrá oír algo igual.
Nuevo y feroz ataque
Pero nuestra alegría se vio alejada de improviso por una serie de gritos y quejidos en el patio. Me asomé y vi una escena horrible: el patio estaba lleno de muertos, de heridos y de moribundos. Los monstruos habían vuelto y los destrozaban con sus colmillos, dejándolos llenos de heridas.
Y el que hacia la carnicería más espantosa era una especie de oso, que con sus dos colmillos que parecían dos afiladas espadas, hería sin compasión a los jóvenes en el corazón y los dejaba muertos.
El oso furioso se dirigió hacia mí tratando de atacarme y de atacar a los que estaban junto a mí. Pero al ver que teníamos el escudo de la fe no se atrevió a acercarse más.
Y entonces puede ver que sus dos colmillos tenían cada uno un nombre. El uno se llamaba: OCIO: perder el tiempo. Y el otro colmillo se llamaba: GULA: comer o beber más de lo necesario.
Yo no podía explicar cómo entre los que viven en nuestras casas donde se trabaja tanto, pudiera existir el OCIO, y cómo nuestros alumnos tan pobres puedan comer o beber de GULA.
Y una voz me explicó todo de la siguiente manera:
El OCIO, o perder el tiempo, significa que se pierden muchas medias horas. Ocio no significa sólo no trabajar, sino que quiere decir también dejar volar la imaginación a pensar cosas peligrosas. Ocio es no estudiar las lecciones o no hacer las tareas. Ocio es dedicar el tiempo a lecturas mundanas, inútiles o dañosas. Ocio es cruzarse de brazos y dejar que los otros hagan solos los oficios sin ayudarles. Ocio es están con desgana y sin atención en la iglesia y hasta demostrar fastidio en los actos de piedad y de devoción.
El ocio, es estarse sin hacer nada, es causa de muchas tentaciones y de muchísimos pecados. Insístales a sus discípulos que se ocupan bien su tiempo cumpliendo exactamente sus propios deberes conservarán la castidad y las demás virtudes y no caerán en las trampas que les tienen preparadas los enemigos de la salvación.
¿Y la gula? ¿El comer o beber demasiado?
La voz me respondió:
-Se peca de gula cuando se come o se bebe más de lo necesario. Se duerme de gula cuando se duerme más de lo necesario (dormir demasiado es tan dañoso como comer demasiado). Se peca de gula cuando se le dan al cuerpo más gustos de los que se le deberían dar: en el descanso, en el comer, en el beber.
Yo di las gracias por estas enseñanzas tan bellas y tan prácticas y quise acercarme a la Santísima Virgen para saludarla, pero oí nuevamente gritos en el patio y quise salir a ver qué sucedía y en ese momento…me desperté.
Tomado de: Los Sueños de Don Bosco, Eliécer Sálesman.