En esta gran solemnidad de Pentecostés el Evangelio (Jn 20,19-23) nos presenta a Jesús resucitado infundiendo a sus discípulos el Espíritu Santo y dándoles el poder de perdonar pecados.
El Espíritu Santo es quien pone en marcha a la Iglesia, es su alma y motor. Sin Él, la Iglesia sería un grupo de hombres más, sin fuerza, entusiasmo, vida, ni capacidad para transmitir la gracia de Dios y hacer santos. Este es todo el secreto de la Iglesia: quien la mueve es el Espíritu de Dios de una manera plena y total.
El Espíritu Santo es el don pascual de Cristo a sus apóstoles y a todos aquellos que quieren ser sus discípulos. A Él le corresponde la santificación de nuestras almas y nuestra transformación en hombres nuevos. Por eso no puede haber crecimiento espiritual si se prescinde de la obra del Espíritu Divino tanto a nivel personal como comunitario.
Ven Espíritu Santo
La solución a los problemas y dificultades que enfrenta la Iglesia hoy no consiste en una mejor organización o en un cambio de métodos o aplicaciones pastorales, sino en volver a sus orígenes, a su identidad más profunda: que cada uno de sus miembros acepte dejarse llenar del Espíritu Santo y dejar que sea Él quien marque el camino que debemos recorrer como comunidad eclesial.
Para ello es fundamental una vida de oración, de amistad con Dios. Tristemente hoy muchos se empeñan en inventar un nuevo camino que, a la larga, por desviarse del plan de Dios, solo lleva al fracaso y a la infelicidad del hombre.
«Ven Espíritu Santo» es el recurso diario para todas nuestras necesidades. ¡Cuánto nos hace falta un toque sustancial del Espíritu Santo! Constatamos en nuestras vidas una especie de embotamiento, de desgana, de debilidad que nos abate. En medio de los problemas familiares y sociales pareciera que el amor de Dios no tuviera fuerza en nosotros. Y se hace mayor la necesidad de invocar al Espíritu Santo.
El perdón de los pecados
Sólo dejándonos guiar por el Espíritu de Dios podremos recibir en plenitud ese fruto que hoy Jesús transmite a sus apóstoles: su paz. Y la paz nace de una conciencia tranquila que busca en todo momento dejarse conducir por la voluntad de Dios. Por eso Jesús nos deja también, en sus ministros, el poder de perdonar nuestros pecados.
Cada vez que, con un corazón humilde y contrito acudimos al sacramento de la confesión, permitimos que el Espíritu Santo pueda seguir obrando en y a través de nosotros y experimentaremos esa paz que solo puede dar Dios.
Madre de la Iglesia
En este día de Pentecostés, miremos a Aquella que Cristo dejó como Madre de la Iglesia. La misión de María en la primitiva comunidad cristiana consistió en conservar la unidad y formar a los apóstoles para la efusión del Espíritu Santo, que los transformaría en hombres nuevos y valientes evangelizadores.
Por eso se nos presenta al primer núcleo de esta comunidad reunida en torno a María. Ella, con sus oraciones e intercesión atrajo hacia el mundo este Don de Dios.
No hay mejor manera de alcanzar los dones del Espíritu Santo que acrecentando nuestro amor y devoción a María. Pongámonos bajo su tutela, para que Ella, al igual que hizo los apóstoles, nos enseñe a perseverar en la oración que atraerá las gracias y los dones que el Divino Espíritu (el Abogado Defensor, el que ayuda, el Consolador, el reconfortador) quiere derramar en nuestros corazones.