“Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estar cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Dios se manifiesta a los sencillos que se abren a él con el candor de los niños, conscientes de su ignorancia, y se niega a los sabios henchidos por su ciencia y convencidos de saberlo todo.
A estos pequeños se les da parte en el conocimiento altísimo que se intercambian Jesús y el Padre celestial, y que sólo Dios puede comunicar al hombre: “Nadie conoce al Hijos más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (v. 27). Se trata del conocimiento recíproco por el que el Padre conoce plenamente al Hijo y el Hijo al Padre. De este modo queda indicado que Jesús -el Hijo de Dios encarnado- es perfectamente igual al Padre en la profundidad de su ser. Así mientras los sabios no ven en Cristo más que a un hombre “el hijo del carpintero” (Mt. 13, 55), los sencillos de entonces y de siempre saben reconocer en él al Hijo de Dios: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Y es a ellos precisamente a quienes se revela a sí mismo y revela al Padre.
Venid a Mí
Jesús piensa también en las condiciones terrenas de sufrimiento y angustia en que con frecuencia se debaten los sencillos, los humildes y los pobres y les dirige esta invitación: “Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28) Los aliviará con su amor, revelándoles el amor del Padre y enseñándoles a amarlo como hijos.
Jesús no quiere ahogar a los hombres con leyes gravosas, sino que les da una única ley: la del amor a Dios y al prójimo; que tiene un único objeto: el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial. Voluntad amorosa, porque es de un padre, y, sin embargo, exigente, pero siempre amable para quien sabe abrazarla como la abrazó Jesús, con amor, mansedumbre y humildad; “Cargad con mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
El Espíritu de Jesús
El Señor nos enseña con su propia conducta, a comportarnos con dulzura y humildad, plegándonos con amor al yugo de la voluntad de Dios como Él mismo se plegó al peso de la cruz. Para obrar así es necesario mortificar las tendencias de la carne que se rebela frente a la injusticia y el sufrimiento, y vivir según el Espíritu. Esto es posible a todos los creyentes, porque, como dice San Pablo: “vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu… El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”. Evidentemente para pertenecer a Cristo no basta haber recibido su Espíritu en el bautismo, sino que hace falta superar los impulsos naturales para vivir según el Espíritu de Jesús.
Tres humildes pastorcitos
El Evangelio de hoy encuentra una confirmación patente en el relato de las apariciones de la Virgen en Fátima. Nuestra Señora elige a tres humildes pastorcitos como depositarios del mensaje de salvación, que es el mismo que nos trajo Jesucristo y que custodia por más de dos mil años la Iglesia: oración, penitencia, implorar perdón por los pecadores, para salvar al mundo.
Esos niños sin instrucción fueron escogidos para que se les manifestase la revelación de Dios. La misma Hermana Lucía lo afirma cuando escribe: “en esa época no sabía contar los años, ni los meses, ni los mismos días de la semana”. Fueron también humildes por el testimonio ofrecido tras las apariciones: no se arredraron frente a las dificultades, las hostilidades, las amenazas de sufrimiento y hasta de muerte. No prevalecía su yo, sino el deseo de hacer la voluntad de Dios.
Pidamos con la sinceridad de San Agustín: “Señor que seamos pequeños, pues si queremos ser grandes, como si fuésemos sabios y entendidos, no se nos revelarán tus misterios. ¿Quiénes son los grandes? Los sabios y entendidos. Diciendo que son sabios, se han hecho necios… Si diciéndome sabio me torno necio, haz, Señor, que me diga necio y me tornaré sabio; pero haz que lo diga en mi corazón, no delante de los hombres”.
- Fuente ad Sensum: Intimidad Divina del R.P. Gabriel de Santa M. Magdalena, OC