Jesús, el divino sembrador, viene hoy a esparcir la buena simiente en su viña, la Iglesia y en cada uno de nosotros; Él mismo quiere preparar nuestras almas a una nueva floración de gracia y de virtud.
Si nosotros estamos recibiendo continuamente la semilla de la palabra de Cristo, ¿a qué se debe que no demos fruto o que no demos todo lo que teníamos que dar? La culpa no es del sembrador, Cristo, ni de la semilla, que es la gracia de Dios y tiene poder en sí misma para germinar, sino de la tierra en que cae esa semilla, que es nuestra alma.
¿Qué hay en nosotros que nos impide dar fruto?
Jesús mismo lo explica claramente.
Es, en primer lugar, el no entender la Palabra, el no detenernos a asimilarla, meditarla, orarla; la superficialidad hace que el Maligno se lleve lo que hemos recibido. Y este no tener raíces hondas hace también que cualquier dificultad acabe con todo.
Otra causa de no dar fruto es el tener miedo a los desprecios y burlas; el que busca quedar bien ante todos y ser aceptado por todos y no está dispuesto a ser despreciado por causa de Cristo y de su Evangelio, ese tal no puede agradar a Cristo ni acoger su Palabra.
Y la otra causa son las preocupaciones y afanes de la vida y el apego a las cosas de este mundo; sin un mínimo de sosiego para escuchar a Cristo y sin un mínimo de desprendimiento, de austeridad y de pobreza, la palabra sembrada se ahoga y queda estéril. El que no da fruto es el único culpable de su propia esterilidad. Al que no quiere escuchar porque endurece su corazón, Jesús no se molesta en explicarle. Es inútil intentar aclarar al que no es dócil, pues oye sin entender: «El que tenga oídos que oiga».
Es probable que Jesús nos haya querido enseñar con esta parábola del sembrador que, a pesar de todos los fracasos, oposiciones, resistencias, contrariedades, el reino de Dios va hacia delante y recoge magníficos frutos. De unos comienzos pobres y sin esperanza, de tejas abajo, humildes, saca Dios un magnífico final.
La bendición de Dios llegará
No obsta a ello los fracasos parciales, aunque acarreen grandes daños, por los que haya habido que pasar. Por eso, el seguidor de Jesús está siempre lleno de valiente, audaz y arriesgada alegría confiada, por más que su trabajo aparezca vano y sin éxito y los fracasos sucedan a los fracasos a los ojos humanos. Llegará la bendición de Dios (unos 30, otros 60…) con una plenitud de medida: la cosecha hasta del 100/1 sobrepasa con mucho la realidad.
Es, pues, también esta parábola, una parábola de estímulo para no desesperar en el camino de la salvación propia y ajena mediante el apostolado. No debo desanimarme a pesar de los muchos fracasos y obstáculos que amenazan destruir la siembra. No deben desconcertarme, pues a pesar de ello la cosecha será grande: “Hombres de poca fe, ¿cómo y por qué no tenéis fe?”. Es una parábola de contraste entre unos principios humildes y llenos de dificultades quiebras parciales y un espléndido final.
El ciento por uno
Si queremos ser tierra buena que dé fruto abundante, hemos de imitar el ejemplo de María.
La Virgen Santísima meditaba todo en su corazón, oraba, reflexionaba, no era superficial ni ligera. Su única preocupación era cumplir la Voluntad del Padre lo mismo que su Hijo.
Las tareas diarias no la distraían de vivir siempre unida a Dios ni le robaban la paz.
Por eso la semilla divina que el Espíritu Santo plantó en su corazón germinó el ciento por uno.