El cuarto domingo del Tiempo Ordinario nos sitúa ante la fascinación irresistible de la palabra de Jesús. Es una palabra como la de Yahveh: eficaz, que «dice y hace». Una palabra que tiene poder y autoridad, que se manifiesta expulsando a los demonios con solo ordenarlo.
Por eso Jesús no es sólo un profeta, sino el Profeta que habla en nombre de Dios hasta el punto de que Dios pide cuentas al que no lo escucha. (Cf. Dt 18,15-20). De esta manera, el Señor está demostrando que su proclamación de que el Reino de Dios ha llegado es real.
Con la expulsión de los demonios se nos demuestra que Jesús es el gran libertador. Él tiene todo el dominio sobre el mal, el pecado y la muerte. Por eso ningún mal tiene poder sobre el cristiano que vive unido a Cristo, pues todo le está sometido.
No aflojar en la vida espiritual
El demonio no puede hacernos daño cuando nosotros no nos entregamos a él, sino que esperamos confiadamente el auxilio del Señor: “Puede ladrar, el demonio, dice San Agustín; pero no puede morder sino a los que quieren”, metiéndose en sus fauces. Es el demonio uno de los tres enemigos del alma: demonio, mundo y carne. Es el más fuerte en sí, por razón de su naturaleza; pero es también el más flaco porque Jesús lo ha reducido a la impotencia y porque fácilmente podemos librarnos de él.
El problema es que muchas veces nos dejamos engañar y dominar por él, porque aflojamos en nuestra vida espiritual. Es entonces cuando nuestras pasiones toman fuerza y la parte espiritual se debilita, lo que presenta al enemigo un campo fácil de conquistar.
Los hombres vivimos en un continuo enfrentamiento, no sólo a nivel mundial, sino personal, en el interior de cada uno. Como decía el P. Rodrigo Molina “Yo vivo en mí un dramático proceso, luchan en mí para conquistarme Dios en Cristo y por medio de Cristo y Satanás en el mundo y por medio del mundo. La desembocadura de este proceso es única: mi aceptación de Cristo o mi rechazo de Cristo”. Debemos, pues elegir el camino que queremos seguir: o con Cristo o contra Él, no hay término medio.
La Mujer
María, como siempre, nos muestra la ruta a seguir. La hostilidad entre el demonio y la Mujer, de la que se nos habla en el libro del Génesis, se manifestó de la manera más completa en María.
Por eso el demonio la odia tanto y no puede nada contra todos aquellos que se acogen bajo su protección.
El triunfo definitivo contra el Demonio vendrá, y vendrá por María. Ella le aplastará la cabeza: “Al fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.