Este domingo meditamos tres parábolas: El tesoro escondido, el mercader de perlas preciosas y la red echada en el mar, que tienen por objeto poner de relieve el bien incomparable que es el reino de los cielos, por cuyo logro todo debe ser sacrificado.
La parábola del tesoro escondido y de la perla preciosa, tienen dos enseñanzas: La principal está concentrada en las palabras “a causa de su alegría”. La alegría de encontrarse con Dios supera toda medida. El enamoramiento ante el Dios encontrado sobrepasa todo cálculo. Todo palidece ante la exhuberancia, plenitud y brillo del Dios encontrado. Ningún precio parece demasiado alto para comprarlo.
Es lo que ocurre cuando hay un «toque» de Dios. La entrega de lo más precioso por adquirir a Dios es algo tan evidente que llego hasta desprenderme de lo más querido con insensibilidad. Acepto cualquier riesgo. Tal y tan grande es la emoción gozosa y profunda de encontrar a Dios. Esa plenitud de la conmoción de mi ser ante la presencia de Dios es la que me decide a venderlo todo por adquirir a Dios.
El contacto de la presencia de ese gran Dios, que me llama a la comunión de vida con Él, me arranca la determinación irreversible de la entrega mía total más apasionada.
La segunda enseñanza es que todo lo demás ha perdido valor en mí ante el supervalor Dios.
En ambas parábolas se nos describe la conducta de un hombre que encuentra un tesoro de inestimable valor y lo adquiere inmediatamente a costa de todo lo que posee. Del mismo modo, el hombre que se encuentra con Dios, el Bien supremo que se me ofrece ya, aquí y ahora, para ser poseído, va y vende cuanto tiene, se desprende de todo y en disponibilidad absoluta e incondicional sigue a Jesús para ganar a Dios.
Por otro lado, la parábola de la red es la parábola del juicio final, que introduce el reino de Dios ya libre de los malos, los hipócritas que sólo lo confiesan con los labios. El momento de la separación le toca a Dios. En el entretanto, hay que aguantar con paciencia la presencia de los malos (peces malos) entre los buenos, seguir dándoles oportunidad, seguir siendo plataforma para las oportunidades que Dios les quiera otorgar.
Fidelidad al Evangelio
La santa comunidad de Dios desembarazada de todo lo malo solo será a partir del juicio final. El juicio final trae la hora de Dios. La hora de Dios es la hora de la separación.
Esta parábola nos estimula a vivir con fidelidad el Evangelio, el seguimiento de Jesús, de lo contrario seríamos condenados.
El reino de Dios no se compara con la red llena de peces, sino que se quiere decir que Dios en su reino obra de manera semejante a los pescadores: permite dentro de la red (símbolo de la Iglesia) peces buenos y malos y aguanta con paciencia la mezcla hasta el día señalado para la separación.
Pidamos a la Virgen María para que en estos tiempos de tanta confusión, nos conceda sabiduría para seguir a Jesús, firmes en la fe, seguros en la esperanza y constantes en la caridad que debemos vivir con los más débiles y también con los que nos hacen daño.
Oración, sacrificio y confianza.