Jesús comienza su enseñanza en la sinagoga de Nazaret, anunciando a sus compatriotas que en Él se cumplen las antiguas profecías sobre el Mesías esperado (Lc 4, 21-30). Pero fue precisamente en Nazaret, “su patria”, donde se manifestaron los primeros signos de oposición contra su persona y contra su obra.
Las palabras de Jesús en Nazaret provocaron una fuerte reacción en quienes las escuchaban: algunos quedaron francamente fascinados, pero otros lo rechazaron e incluso intentaron matarlo (cf. Lc 4, 28-30). Jesús nos plantea hoy: ¿qué opción tomo yo ante su Persona, su Evangelio y sus exigencias?
Sus paisanos no supieron dar el salto de la fe. Se quedaron en el plano humano: “¿No es éste el hijo de José?”. Si de veras es el Mesías, ¿por qué no hace en su patria los milagros que había realizado en otras partes? ¿No tenían sus paisanos un derecho especial para ello? Pero Jesús nunca viene a satisfacer nuestra curiosidad o nuestros caprichos. Esta actitud de Jesús provoca a los nazarenos, que sienten su orgullo herido al no obrar en Nazaret los milagros realizados en Cafarnaún. Jesús intuye tales protestas y responde: “Ningún profeta es aceptado en su pueblo” (v. 24).
La verdad no se negocia
Ante el desencanto del auditorio, Jesús no rebaja el Evangelio para atraer a sus oyentes. Él no teme el rechazo, la oposición, Jesús no presenta un Evangelio acomodado al gusto de su tiempo. Ante la resistencia de sus paisanos no rebaja el listón, no se aviene a componendas, no entra en negociaciones, como tanto se hace hoy. La verdad no se negocia. La verdad del Evangelio podrá ser aceptada o rechazada, pero no depende de ningún consenso.
La presencia del Señor nos plantea una opción de vida. No podemos seguir igual. Es necesario tomar una decisión. Jesús llama a salir de la rutina, a romper nuestros esquemas demasiado cómodos y egoístas. La llamada a la conversión no se puede limitar a unos gestos o signos exteriores. Jesús espera un cambio de mentalidad, un cambio de corazón, que conduzca a un cambio de vida.
No basta decirse católico o asistir a Misa. También los judíos creían que por ser hijos de Abrahán nada tenían que temer y que llevar su misma sangre les aseguraba la salvación. Y para desengañarlos de esa falsa seguridad, les propone el ejemplo de dos extranjeros que no pertenecen al pueblo elegido.
Jesús refiere los casos de la viuda de Sarepta a la que fue enviado el profeta Elías con preferencia a todas las viudas de Israel, y del extranjero Naamán, el único leproso curado por Eliseo. La exclusividad judía se acabó. Jesús quiere hacer comprender a sus paisanos que ha venido para traer la salvación no a un solo pueblo, sino a todos los hombres.
Dios se vuelca en los humildes
Dios no se ata a nuestros esquemas, los desborda, los echa por tierra. Ante Él no cuentan nuestros “supuestos privilegios”. La gracia divina no está ligada a patria, raza o méritos personales, sino que es totalmente gratuita. Dios se vuelca con los humildes, pero despide vacíos a los soberbios de corazón (cf. Lc 1,51-53). La fe que nace de un corazón pobre y necesitado, que espera todo de Dios, es la que atrae las bendiciones del Señor.
Esta comparación con unos extranjeros exaspera a los nazaretanos, que reaccionan con violencia; cegados por su estrechez de mente y despechados por no haber obtenido su pretensión, “lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo” (v. 29).
Seamos del grupo que acogió el mensaje salvador de Jesús. No temamos vivir hoy el Evangelio en un mundo hostil. Para María Santísima tampoco fue fácil. Ella experimentó hondamente el dolor por el rechazo de su Hijo en su propio pueblo de Nazaret. También sobre Ella recaería el rechazo, la hostilidad; sin embargo, fortalecida en su fe, sabía que podía contar con la fuerza del Espíritu Santo, y no se separó de Jesús cuando todos se ponían en contra.
Que Nuestra Señora nos conceda la gracia de acoger la verdad del Evangelio y de ser fieles a esa Verdad, sin dejarnos intimidar por la presión y la hostilidad de un mundo que margina a Dios.