Este domingo nos encara con otro acto sumamente revelador de Jesús. Acogiendo y curando al leproso Jesús nos muestra el nuevo rostro de Dios. Profundamente compasivo, el Señor cura los dos males de los que adolecía este pobre hombre.
En primer lugar, para curar el mal de su soledad y marginación, el Señor lo toca. Es como si le dijera: “Para mí tú no eres un excluido. Quiero, queda limpio”. De ese modo el que era impuro queda purificado, sanado y reintegrado a la normalidad al ser tocado por el Santo de Dios. En segundo lugar, cura la enfermedad de la lepra que le mantenía sumido en la tristeza, el dolor, la vergüenza, la desesperación.
Todas las personas que fueron curadas por Jesús coinciden en el común denominador de los ‘desesperanzados’, los ‘desheredados’, los en negación a toda esperanza en la tierra.
Devolver al hombre la dignidad de hijo de Dios
Por eso Jesús, con este signo, nos da inconfundiblemente el sentido de su misión: devolver al hombre su dignidad de hijo de Dios y abrirlo a la esperanza de la fe que salva. Este debe ser también el sentido de nuestra vida, el signo que debemos dar al mundo para reconducirlo a Dios, revelándole a Dios. Es el signo de atraer al hombre, de sacarlo de su postración, de su oscuridad, de su marginación, de su miseria, de mostrarle el error en el que está y conducirlo a la verdad para llevarlo al encuentro vivificante y esperanzador con el Dios Amor.
Jesús es la esperanza absoluta para los sin esperanza. Para Jesús en el mundo hay un solo valor: el hombre. Una sola obra: salvar al hombre. Por eso el Señor no se contenta con limpiar de la lepra a este pobre hombre, sino que hizo algo más grande todavía, cura su alma.
La compasión de María
Esa compasión característica del Corazón de Cristo, la vemos igualmente reflejada en Aquella que es llamada Madre de Misericordia.
María se presenta a los cristianos de todos los tiempos, como aquella que experimenta una viva compasión por los sufrimientos de la humanidad.
Esta compasión no consiste sólo en una participación afectiva, sino que se traduce en una ayuda eficaz y concreta ante las miserias materiales y morales de la humanidad.
La atención materna de la Madre del Señor a las lágrimas, a los dolores y a las dificultades de los hombres de todos los tiempos debe estimular a los cristianos, a multiplicar los signos concretos y visibles de un amor que haga participar a los humildes y a los que sufren hoy en las promesas y las esperanzas del mundo nuevo que Dios nos ha prometido.