La liturgia comienza el tiempo de Cuaresma situándonos ante las tentaciones de Jesús en el desierto. En primer lugar este pasaje nos habla del realismo de la encarnación del Hijo de Dios, que se ha hecho hombre y ha asumido la existencia humana en toda su profundidad y con todas sus consecuencias, «hecho en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4,15).
El cristiano que se siente acosado por la prueba y la tentación se sabe comprendido por Jesucristo, que –antes que él y de manera más intensa– ha pasado por esas situaciones.
No es pecado sufrir la tentación, sino sucumbir a ella. De hecho, en la prueba es donde se demuestra y aquilata nuestro amor a Dios. En un mundo que constantemente nos asecha por todas partes, el demonio que ronda buscando a quien devorar y nuestra propia carne que nos inclina a cosas prohibidas, el auténtico seguidor de Cristo debe saber defenderse y luchar con valentía para no dejarse vencer por el mal.
Conversión
Un año más la Iglesia nos invita a una conversión que no debe reducirse a unas meras prácticas externas rutinarias y vacías de espíritu. Hoy en día, quizá más que nunca, se nos hace un llamado a tomar una postura clara: o con Cristo o contra Cristo. No cabe término medio.
La lucha entre Cristo y Satán que presenciamos en el evangelio de hoy nos muestra de manera gráfica lo que vive la Iglesia en el mundo de hoy y lo que vive cada cristiano: Las sugestiones de los placeres de la carne, los engaños de ideologías contrarias a la verdad del Evangelio, el deseo de honra, fama, auto exaltación, en definitiva el poner al hombre en lugar de Dios, o mejor dicho, divinizar al hombre.
Por eso el verdadero proceso de conversión debe comenzar por una auténtica metanoia. Es decir, se trata de un cambio de mentalidad. Si deseo ser santo debo pensar como piensa Cristo y vivir en consecuencia. Pues sería una contradicción pensar una cosa y dar un falso testimonio con mi conducta. Pero es aquí donde descubrimos el meollo del problema: El hombre no quiere vivir las exigencias del Evangelio, por eso se hace forzoso que busque por todas las formas posibles, negar las verdades reveladas y marcarse él mismo una norma moral que le auto justifique sus conductas pecaminosas.
El arma de María
Con el comienzo de la Cuaresma también nosotros entramos de nuevo en lucha junto con Cristo. Tenemos armas más que suficientes para vencer: la gracia, los sacramentos, la devoción a María y el rezo del Santo Rosario.
No debemos nunca olvidar que también María ha luchado y ha vencido. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis la Escritura nos presenta esta lucha en la que aparece María victoriosa.
Por eso, como dicen los santos, ningún devoto de María se perderá.
Ella está llamada a restaurar el papel y la dignidad del hombre, y a contribuir al cambio del destino de la humanidad, colaborando mediante su misión materna a la victoria divina sobre satanás.