En una de las peregrinaciones que hacía Jesús por tierras de gentiles le presentaron un sordomudo para que lo curara. San Agustín comenta que los milagros que hizo Jesús en el orden material, son un símbolo de los que está obrando todos los días en el orden espiritual. Hay sordomudos del cuerpo y del alma. La mudez y la sordera suelen ir juntas en las enfermedades corporales y también en las del alma.
Existen muchos enfermos espirituales de la peor condición, porque se dice que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y hay muchos cristianos que no se preocupan por oír lo que necesitan para salvarse. No quieren dedicar tiempo a pensar en su alma, en la salvación eterna. No quieren escuchar sermones que les pongan el dedo en la llaga, no quieren instruirse en la fe. No quieren oír las reflexiones de su cónyuge, de sus hijos, de sus padres, de sus amistades…
La incredulidad
Efecto de esta sordera voluntaria es la indiferencia religiosa, que va creciendo e intensificándose cada vez más hasta degenerar en ateísmo práctico. Y junto con esta sordera espiritual voluntaria está necesariamente la mudez espiritual. De la indiferencia e incredulidad se sigue, como consecuencia necesaria, la impiedad.
El incrédulo, el indiferente, no hablará para confesar sus pecados. Antiguamente se pecaba mucho también, pero había fe viva y el pecador se arrodillaba a los pies del sacerdote para confesar sus culpas. Hoy se peca tanto o más y los que pecan no se confiesan, porque no creen en la confesión o creen que no han cometido ningún pecado o porque no quieren salir del estado en que se encuentran.
Pero, analicemos que el sordomudo del Evangelio no fue espontáneamente a Jesús, lo llevaron. La curación de estos enfermos tiene que venirles por medio de otros que los acerquen a Dios. Una esposa, una madre que aconseja, que reza y que llora por su esposo o por alguno de sus hijos.
Así Santa Mónica acercó a Dios a su esposo de malas costumbres y a su hijo extraviado. Si tenemos algún pariente en esta situación no perdamos la esperanza. Acerquémoslo a Jesús con la oración, los buenos consejos, los sacrificios. Y sigamos el aviso que San Ambrosio dio a Santa Mónica: “No hables a tu hijo de Dios, háblale a Dios de tu hijo”.
Ave María
De igual manera, un medio eficaz para conseguir la salvación de un alma es confiarla a la protección de María. Tenemos en la historia multitud de casos desesperados de almas que se encontraban casi con un pie en el infierno y fueron salvadas por intercesión de la Virgen.
Dios le ha confiado a María toda la economía de la salvación y ha depositado en sus manos maternales los tesoros de su misericordia para que los derrame sobre los pecadores.
Por eso, si conocemos personas que se han extraviado y que están sordas y mudas a cualquier insinuación que se les haga, recemos diariamente el Santo Rosario por ellas e intentemos que, al menos, ellas recen diariamente tres Ave Marías. Pues la Santísima Virgen prometió a Santa Matilde y a otros santos que a quien reza esta devoción Ella le alcanzará la gracia del arrepentimiento y la salvación eterna.