El Evangelio de este domingo (Mc 10, 17-30) nos presenta a un joven honrado y piadoso, pero cuyo amor a las riquezas le lleva a rechazar a Cristo. La persona de Jesús es el bien absoluto que hay que estar dispuesto a preferir por encima del dinero, de la fama, del poder y de la salud. En esto consiste la verdadera sabiduría: al que renuncia a todo por Cristo, en realidad con Él le vienen todos los bienes juntos; todo lo renunciado por Él se encuentra en Él centuplicado –con persecuciones– y además vida eterna.
Pero es preciso tener sensatez para discernir y decisión para optar abiertamente por Él y para estar dispuesto a perder lo demás. Porque el que se aferra a sus miserables bienes y riquezas se cierra a sí mismo la entrada en el Reino de Dios.
Una cosa te falta
La fascinación, el brillo aparente que irradia la riqueza es capaz de absorber al hombre todo entero y de conseguir que éste se olvide por completo de Dios. Más aun que llegue a militar contra Dios, oponerse a Dios.
El contacto con el dinero, el vivir inmerso en ambiente adinerado, el poseerlo no es malo. Dios es el primer gran rico. Pero dada la debilidad del hombre para el bien y lo mucho que el dinero ofrece al que lo tiene y las oportunidades que da, seducen al hombre y lo hacen caer en el mal y sus múltiples desviaciones. Muy en particular el dinero endurece, insensibiliza para el bien, nos puede llevar a una conducta de un egoísmo sin escrúpulos.
Conviene revisar hasta qué punto en este aspecto pensamos y actuamos según el Evangelio. Pues no basta cumplir los mandamientos; al joven rico, que los ha cumplido desde pequeño, Jesús le dice: «Una cosa te falta». Ahora bien, Cristo no exige por exigir o por poner las cosas difíciles. Al contrario, movido de su inmenso amor quiere desengañar al hombre, abrirle los ojos, hacerle que viva en la verdad. Quiere que se apoye totalmente en Dios y no en riquezas pasajeras y engañosas. Quiere que su corazón se llene de la alegría de poseer a Dios.
Mirar a María
El joven rico se marchó «muy triste» al rechazar la invitación de Jesús a desprenderse.
Por el contrario, el que, como Zaqueo, da la mitad de sus bienes a los pobres (Lc 19,1-10), experimenta la alegría de la salvación.
La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, nos anima constantemente a dirigir la mirada hacia la Madre de Jesús y nos invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, podamos poner a Cristo en primer lugar en nuestras vidas y seguirlo sin condiciones, como Ella misma lo hizo.