El Evangelio de este domingo (Mt 21, 33-43) nos presenta la parábola de la viña en la que vemos el último esfuerzo heroico que realiza Dios, en su bondad infinita, para obtener la conversión del pecador y su salvación.
Esa bondad de Dios expone a su Hijo al peligro cierto de caer en el mayor mal, que es la muerte por salvar al enemigo. Para eso vino Jesús a este mundo, para morir por ti y por mí. Y aún así los hombres seguimos rechazándolo hoy y lo condenamos a muerte.
Esta parábola expresa la infidelidad de los hombres y la continua búsqueda de Dios, que no cesa de dar oportunidades a su criatura y de llamarlo una y otra vez para atraerlo hacia Sí y poder hacerlo partícipe de su vida divina.
Pero vemos que la historia se repite. Ante los mensajeros que Dios nos envía nuestra respuesta es de rechazo y cerrazón.
Se expresa también aquí una ley fundamental: la de fructificar en buenas obras, en obras de santidad. El reino de Dios es una “plantación de Dios” y Dios es difusivo – productivo; luego, los hijos del Reino deben difundir el Reino y dar su fruto en bien de la causa de Dios.
¿Qué más pude hacer por ti?
Ante los continuos intentos por atraerse a las almas no podemos menos de admirar la paciencia infinita de Dios. Sufre que le vayan matando uno a uno prácticamente a todos sus servidores por ver si al fin consigue el retorno de los extraviados. Así obra Dios con cada alma: espera, aguanta, da nuevas oportunidades. Dios tiene más deseos de salvarnos y hacernos felices que nosotros mismos, pero no lo comprendemos. Nos desconcierta y no entra en nuestros cálculos esa inconcebible debilidad del amor de Dios por el hombre.
Por eso con frecuencia podemos escuchar esa queja divina: “¿Qué más pude hacer por ti?”. Cada uno podríamos repasar las páginas de nuestra vida y descubrir en todas ellas los detalles de amor infinito que Él ha tenido por nosotros.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿cuál ha sido mi respuesta? Y tomando las palabras de San Ignacio, podríamos a partir de este momento entrar en nuestro interior y tomar una resolución seria a la luz de estos interrogantes: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué voy a hacer por Cristo? Toda reforma de vida debe comenzar por ese examen sincero de nuestra respuesta al amor infinito.
No ofendan más a Dios
Recordemos las palabras de Nuestra Señora en Fátima cuando nos invitaba a un cambio de vida: “No ofendan más a Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
María es la Mensajera de la que Dios se ha querido valer de manera especial para invitarnos a acoger su Reino.
Todos los mensajes de Nuestra Señora nos llevan derechos a la conquista del cielo: dejar el pecado, rezar el Santo Rosario, consolar a Dios.
Acojamos a María en nuestras vidas y dejémonos conducir por Ella para que no tengamos que lamentar el no habernos hechos dignos de recibir la herencia prometida.