Al confiar a los apóstoles la misión de predicar la Buena Noticia, Jesús les previno de los riesgos que encontrarían: «Os entregarán a sus tribunales y os azotarán en sus sinagogas, y por Mí os llevarán ante gobernadores y reyes» (Mt. 10, 17-18). Todo esto es duro, pero ¿qué se puede pretender de los hombres? Ellos podrán perseguir, privar de los bienes terrenos, poner en prisión y hasta dar la muerte, pero no es ese el mal peor. Por eso, las palabras de Jesús hoy son de aliento: «No temáis».
Dios tiene Providencia
En ciertos casos el creyente puede encontrarse frente a una alternativa extrema: o renegar de la fe por miedo a los hombres y perder el alma; o para no apartarse de Cristo afrontar daños graves o la misma muerte y asegurarse la vida eterna. El martirio, acto supremo de amor a Dios, es un deber para todo cristiano cuando el huirlo signifique renegar de la fe.
Por eso, para que sus discípulos no se sientan abandonados en sus luchas y persecuciones, Jesús les alienta hablándoles de la Providencia del Padre celestial que está presente en las circunstancias más insignificantes de la vida de sus criaturas.
Hablando Jesús de no temer el martirio dijo: “No queráis temer a los que matan el cuerpo…”; “¿Acaso no se venden dos pajaritos por un as? Y sin embargo, ni uno de ellos cae sin autorización de vuestro Padre, ni uno de ellos está en olvido ante vuestro Padre. Y los cabellos de vuestra cabeza todos están contados..”. Nada podrá hacer la maldad humana sin autorización de Dios.
Y es que Dios tiene una providencia inmediata y especialísima sobre el hombre. Y esta solicitud y cuidado de Dios sobre cada hombre es, de suyo, infrustrable. Porque Dios le tiene preparado, en el momento oportuno, ni antes ni después, cuanto sabe que, dadas sus circunstancias, necesita para realizarse y salvarse. Y eso, cuánto necesita, se lo tiene preparado en abundancia. Sólo hay una sola cosa que puede «frustrar» esa solicitud de Dios: el mal uso de nuestra libertad. El hombre tiene la capacidad de elegir…
Siempre tranquilos
Pero Dios no sólo tiene providencia, sino que tiene también el gobierno de todo. El gobierno de Dios es aquel atributo mediante el cual Dios pone en ejecución su solicitud y providencia. Su gobierno es tan pleno que nada ni nadie puede impedir que Dios ponga en tus manos aquellos medios que en su solícita providencia ha decretado darte.
La historia, por grande que sea la crisis en que se debata, siempre permanecerá bajo el gobierno eficiente de Dios. Por eso podemos y debemos permanecer siempre tranquilos, siempre dentro de la paz. No olvidemos la consoladora promesa de San Pablo: «Todo, absolutamente TODO, se ordena para bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28).
Nadie ni nada detendrá el triunfo porque el triunfo será perfecto y completo, aunque aparezca ante el mundo que no, que ha sido un fracaso. Jesús en la cruz: ¡fracaso total!, pero al tercer día: el triunfo total de la Resurrección.
Valentía e intrepidez
Y como el Padre celestial se interesa por sus discípulos, así Jesús un día saldrá también de testigo en su favor delante de su Padre como para recompensar su testimonio delante de los hombres.
“Nada hay oculto que no esté destinado a ser manifestado”; “Lo que os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a plena luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados”; “El que me confesare delante de los hombres…”. Toda fe está ordenada intrínsecamente a ser confesada: “Ay de mí si no evangelizare…”
Para creer y confesar la fe se necesita valentía, intrepidez que venza las dificultades que acarrea el creer y confesar lo que se cree y nos ponga en auténtica libertad de decir y hacer según las exigencias del Evangelio. Valentía e intrepidez que no es osadía ni insolencia.
El seguidor de Cristo tiene que tener el valor, el riesgo valiente de vivir y predicar el Evangelio, aunque a los ojos de los hombres aparezca como anormal, impredecible, aguafiestas. Aunque provoque polvareda de contradicción. Pero a los ojos de Dios, predicar y vivir manifiestamente el Evangelio, paladinamente y siempre prudentemente es lo oportuno, lo provechoso, lo conveniente.
“¿No es éste a quien tratan de matar? Pues ya veis: Habla con franca libertad y nadie le dice nada” (Jn 7, 26). Jesús vivió su vida de Mesías simple, llanamente, pública y valientemente, sin temor al riesgo mortal en que iba introduciéndose al actuar como actuaba. Así también los Apóstoles: su actuar con audacia suscitaba asombro, conversiones y persecuciones y por fin el martirio.
Optimismo cristiano
Estamos viviendo unos tiempos en que los sistemas y sus leyes causan estragos al Reino de Dios. No retrocedamos, sino que más bien nos sirva para estimularnos. Este es el optimismo cristiano, el que cae en la cuenta del mucho mal y lo llora, pero no se desanima y tiene tono vital para subirse a la Cruz con el fin de remediarlo.
Pidamos a Nuestra Señora que, serena, pero valiente, estuvo al pie de la Cruz para confesar su amor y lealtad a su Hijo, nos conceda confianza audaz en la Providencia y amor de Dios y valentía para confesar y defender los derechos de Cristo, en un mundo cada vez más inestable y confuso que, a la inversa de lo que hace Dios, quiere dominar al hombre a través de la amenaza y el miedo.
Ella nos recordará en el momento oportuno las palabras de su Hijo: «No temáis».